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Foto del escritorAlfonso Hernández

Los chicos son los únicos grandes


La primera radiografía que ha recibido JIM del Real Zaragoza le ha dejado claro que el equipo que acaba de coger carece de columna vertebral, y que si el conjunto aragonés ha superado esta ronda de la Copa frente a un rival de Tercera ha sido gracias a la herencia de su anterior entrenador, Iván Martínez. Iván Azón persiguió un rechace del poste con la intensidad que le caracteriza para marcar en la prórroga y despejar la seria y amenazante posibilidad de una eliminación. El centrocampista disparó desde el balcón del área con una clase superior: como si procediera de otro planeta, lanzó con la colocación y la flema de un futbolista que está varios escalones por encima de sus compañeros. Hasta ese momento, el Real Zaragoza fue el de siempre. Incluso bastante peor. El entrenador apostó por una mezcla de jugadores entre quienes Tejero, Zanimacchia, Larrazabal, Vuckic y el Toro tenían que explicar los porqués, aún sin despejar, de sus fichajes. No lo hicieron en ningún momento, todos ellos incapaces de justificar las causas por las que fueron contratados.


La Gimnástica era mejor, con más criterio en las asociaciones y sin necesidad de recurrir a la acostumbrada agresividad de los equipos de inferior categoría para hacerse respetar en este tipo de torneos. Los cántabros contuvieron sin esfuerzo las oleadas espumosas de un Zaragoza sin pies ni cabeza ni planteamiento alguno, y se permitieron dominar el balón con mayor sutileza y un mayor número de combinaciones. JIM había solicitado energía y compromiso en su presentación y aquello era un desastre: una figura con pies de barro sobre el barro de El Malecón, impreciso hasta para pensar, con una medular sin fuste y una línea ofensiva que ofende a este deporte. Ni un pase en condiciones, apenas algún control decente, impotente de su propia impotencia para mandar al menos cinco minutos seguidos sobre un contrincante de Tercera. Así acabó el encuentro, un penoso viaje por paisajes conocidos y oscuros.


La entrada de Buyla le dio un poco más de chispa al equipo de Juan Ignacio Martínez. La de Raí en banda, donde se pierde sin la brújula de su posición natural, no tanto . Con los cántabros encantados de haber alcanzado el tiempo extra, la frescura y la alegría de Iván Azón y Francho bajaron el grueso telón y permitieron esquivar un desastre deportivo y psicológico de terribles consecuencias. Porque de haber caído en Torrelavega, el Real Zaragoza no solo se habría despedido de la Copa, sino que hubiese llegado al partido del Lugo con el alma bajo la suela de las botas. La victoria sirve para calmar el alterado sistema neurológico de un equipo desquiciado y para que JIM compruebe en directo que los únicos grandes son los chicos.




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