Las estadísticas ayudan a entender y corregir muchos aspectos del futbol, y, por lo general, van en paralelo al rendimiento de un jugador. Pero en algunas ocasiones la tecnología o sus variantes contables no recogen aspectos fundamentales para comprender la calidad de la influencia del individuo dentro de la comunidad. El Real Zaragoza dispone de dos futbolistas que le están ayudando como ninguno a mejorar al equipo en la procelosa travesía hacia la permanencia, y sus breves hojas de servicios no brillan por goles, asistencias ni detalles asombrosos. Francho y Francés tienen 19 y 18 años, y seguramente en otro escenario menos crítico, como mucho estarían dentro de la plantilla del primer equipo, pero no en el lugar preponderante que el destino y su valía les ha reservado. Habían dejado constancia sobre todo en el juvenil de Iván Martínez de que en ellos existía una excelente materia prima, si bien las necesidades han acelerado los tiempos de su maduración profesional. Ahora mismo, son los contrafuertes del equipo. Narváez lleva seis tantos, Chavarría ha hecho de la banda izquierda un lugar enérgico y Bermejo disemina por el campo gestos con gran estilo. Aun así, la autoridad silenciosa de los canteranos genera más ruido y está logrando inyectar al motor del Real Zaragoza revoluciones incluso por encima de su potencia real.
Para comprender su trascendencia dentro de un grupo tan delicado de salud competitiva hay que perseguirlos con minuciosa atención porque su fútbol procede del manantial de las cosas bien hechas muchas veces sin que el notario las refleje. Francho sí aparece más en los primeros planos porque sobre él pivota el Real Zaragoza. El incremento de su poder ha ido acompañado de la confianza que le han concedido y de una personalidad moldeada para expresarse sin complejos. Otro chico, en las trincheras y bajo las bombas que están cayendo, habría pedido ingresar al menor rasguño en el hospital de campaña. Francho Serrano Gracia, sin embargo, ha ido avanzando metros y ganando galones. Todavía en pleno periodo de aprendizaje, ejerce con pulso de buen maestro, de quien se hace entender con pocas palabras. El principal beneficiario de su irrupción ha sido Eguaras, que ha retrasado su posición para instalarse en una torre de control más pacífica y acorde a sus condiciones actuales, sin la asfixiante y perturbadora carga de ser la única referencia en el centro del campo. El navarro ha cedido gustoso ese cetro que tanto le incomodaba, y Francho lo ha recogido con amplitud de miras y sacrificio, pero sobre todo con el don de agilizar el papeleo con decisiones por lo general correctas. El balón ha adquirido velocidad en las piernas y en la cabeza, y ha subido la precisión vertical en sustitución de la paquidérmica horizontalidad cuando el ataque estático se estancaba en los centrales.
Francés ha tenido que trabajar más con pico y pala para hacerse un lugar. Debutó con Víctor Fernández, quien le hizo un favor y lo marcó después por verse involucrado en una excelente acción de Appiah frente al Almería que, en realidad, resultó bastante más mérito del extremo holandés que del, entonces, lateral zaragocista. Aunque Rubén Baraja lo recuperó para la causa, fue Iván Martínez quien apostó al cien por cien por el zaragozano para el eje defensivo. Un para de pájaras de Jair ensombrecieron ese aterrizaje en una zona azotada a balón parado y con una considerable falta de concentración en tiempos clave de los partidos. Con el paso de los encuentros, Francés ha sacado lo mejor de Jair y de sí mismo, y lo ha conseguido, al igual que Francho, imprimiendo al asunto carta de normalidad. Rápido en las decisiones de riesgo, con un gran sentido corrector y cierto descaro para sacar la pelota desde atrás en corto o con desplazamientos desde donde antes se fabricaban piedras voladoras.
La permanencia del Real Zaragoza dependerá de muchas más factores y uno fundamental, cerrar el mercado de invierno con refuerzos de valía, no de acompañamiento. Mientras, Francho y Francés aguantan el tipo no como figurantes, sino como piezas sólidas de un edificio con menos goteras y un fútbol lo suficientemente serio para salir de un callejón que parecía tapiado. Las estadísticas del juego les señala por encima de lo llamativo, es decir en el mirador desde donde se aprecia lo importante.
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