No se me ocurre mejor forma de despedir el 2020 que recordando la conquista de la última Copa lograda por el Real Zaragoza el 17 de marzo en el 2004. No es un ejercicio de añoranza, sino el ferviente deseo de que este club regrese algún día al Olimpo del que forma parte, a tratarse con los dioses de igual a igual. Dejó la crónica que escribí aquel día, un relato que pertenece al zaragocismo. Como todos los que escribí-
Morir de placer
El Real Zaragoza logra la ‘Sexta’ en una final gloriosa, de leyenda
Foto: De Castro / Galindo
Ocurren cosas como éstas y dan ganas de ponerse a llorar a moco tendido (hágalo usted una vez más, no se reprima), o saltar de alegría y no parar hasta que venga el párroco con el sudario (a ser posible una bufanda zaragocista) para bendecirnos el cuerpo que se despide de este mundo recordando en la agonía noches de blanco satén como la de ayer, hermana de la de París con el último gol de Galletti. Nayim vino a visitarnos en la figura del Huesito. Glorioso, mágico, indescriptible. Bienvenido Gigi. El Olimpo en el Olímpico. Qué mas se puede pedir.
Pequeño le llamaron al Real Zaragoza antes de comenzar el encuentro, y no les faltaba la razón a quienes le tomaron la medida en función de la altura del Real Madrid o de su rendimiento en la Liga. Ni razón ni mal ojo, porque en el fútbol, el deporte más democrático que existe en lo físico, lo peor es darle la espalda al chiquito y señalarle con el dedo, sobre todo si en los últimos años ese supuesto peso ligero ha repartido más sopapos que nadie en la Copa del Rey. La tradición exige respeto y el Madrid lo sabe muy bien. No lo hizo o no supo frente a un rival que creció desde su natural y admitida modestia para llevarse el sexto trofeo de su historia, por segunda vez con una prórroga de por medio y una actuación memorable.
Lo ocurrido en Montjuïc puede que escape a la lógica, pero está subrayado con tinta gruesa en el
catálogo de la épica y se denomina fe. En el arrabal, donde la literatura sin estar escrita tiene el mismo valor, lo enfocarían por el capítulo testicular, sobre todo cuando Cani fue expulsado y hubo que arroparse para soportar el crudo invierno en espera de la primavera, que llegó en todo su esplendor tras una resistencia heroica y el equilibrio de fuerzas cuando Guti vio la roja en el tiempo de prolongación.
SIN BAJAR LA CABEZA / En la última década, nadie tiene ya más trofeos de este diseño que el Real Zaragoza. El conseguido contra el Real Madrid, que lo buscaba con ahínco desde
que se lo arrebatara con malas formas al propio Zaragoza en 1993, es como para visitarlo a diario en el museo del club, sentarse ante él y dejar que pasen las horas, los días y las noches. Los años llorando a moco tendido o dibujando una sonrisa cómplice por el placer de haberlo conquistado contra el, sin duda, mejor equipo del mundo y escalando sin oxígeno todos los ochomiles del planeta. Por haberlo ganado sin bajar la cabeza ni un solo instante pese al extraordinario gol de falta directa de Beckkam que abrió el marcador y despertó las peores vibraciones de la afición zaragocista. Tampoco después de que Roberto Carlos lograra
el empate embocando uno de sus tradicionales eagles con dinamita. Ni en la terrible prueba que supuso para un equipo tan justo de recursos humanos la expulsión de El Niño. El 17 de marzo será para siempre fiesta en la memoria de Aragón, motivo para el orgullo de futuras generaciones. Y de las que estuvieron en Barcelona, las que tocaron el cielo.
La victoria fue además de ésas que dejan en el paladar un dulce sabor a pólvora. Ambos conjuntos se tomaron buena parte de la final como una cuestión viril, una cita para hombres de pelo en pecho y los tacos como dientes de tiburón. El Madrid puso tanta finura a su juego como veneno a sus botas. Más de lo segundo frente a un adversario contestón en las maniobras subterráneas, duro como el pedernal y con respuestas incluso para manejar con un emotivo atrevimiento la pelota con diez y dar una lección de aguante sobrenatural. Este equipo que aún lucha por la permanencia entró en la leyenda en una final propia de las viejas gestas de la Copa. Elevó el espíritu del torneo y nos hizo morir de placer. Gracias pequeño.
Foto: De Castro / Galindo
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