El argentino fue el fichaje más influyente en los historia de los momentos críticos de Real Zaragoza
Torecilla y JIM están manos a la obra para concretar en el mercado de invierno fichajes que aporten mucho a este Real Zaragoza restado de talento colectivo e individual, a un equipo que, de no hacer pleno con esas incorporaciones, jugaría por la salvación de su puesto en Segunda con la condena sobre su cabeza. La ya intrincada misión de ambos está condicionada por la pazguata visión de la directiva y por un capital, próximo a los 800.000 euros más lo que se sume o ahorre con las salidas, que no da para excesivas alegrías. Este periodo que se abre para corregir una bochornosa configuración de la plantilla en verano, realizada con una insolente desfachatez profesional en todos los frentes del club, está siendo recurrente para el convulso conjunto aragonés en los dos últimas décadas. En ese escaparate de las miserias, el Real Zaragoza ha encontrado pocas joyas, con grandes excepciones a la regla. En la temporada 2009-2010, después de haber regresado a Primera, Macelino fue destituido en la jornada 14 y José Aurelio Gay debutó en el Bernabéu con un humillante 6-0 que hundía al conjunto aragonés en la penúltima plaza. La reacción no se hizo esperar con un pleno de aciertos en la visita al bazar: Suazo, Contini, Eliseu, Edmilson, Jarosik, Roberto y Colunga, todos ellos con aportaciones sobresalientes, dieron un volantazo salvador a la situación. La otra ocasión en la que el Real Zaragoza dio en la diana para sortear otro drama fue en el curso 2003-2004. Dani García Lara, en su regreso, y José María Movilla, a quienes habría que añadir a Víctor Muñoz como entrenador y relevo de Paco Flores, se incrustaron en un plantel que no carburaba. El delantero y el centrocampista resultaron fundamentales en la gran noche de Montjuïc del 17 de marzo, cuando el Real Zaragoza venció al Madrid Galáctico en la final de la Copa, y también en la rúbrica de la permanencia en la élite, noticia que se supo antes de jugar y vencer con goles de Toledo (1-2) en un Manzanares enlutado por el fallecimiento de Jesús Gil.
Por esa pasarela de la necesidad extrema, poco más hay que reseñar sin olvidar la aportación de Ponzio y de Ander Herrera desde la cantera para el ascenso del curso 2008-2009. La sombra de la lista de despropósitos es alargada y, en algunos casos, sonrojante: Perone, Alfaro, Edu Bedia, Samaras, Sebastian Saja, Fletcher, Jesús Valentín, Dongou, Culio, Campins, Natxo Insa, César Arzo, Bienvenu, Carmona, Rodri Ríos, Apoño, Aranda, Pablo Álvarez, Dujmovic, N'Daw o el bon vivant Jermaine Pennant... No obstante, si alguien representa el éxito absoluto del mercado invernal como última oportunidad, responde al nombre de Juan Eduardo Esnáider. Nadie como él ha sido tan influyente para rescatar al club de la hecatombe. Ocurrió en un frío diciembre del año 2000. El accidente mortal de Cracovia en la UEFA, sobre todo para Juan Manuel Lillo, aún quemaba en el recuerdo con el equipo muy metido en la zona baja de la tabla. En una mañana de niebla, Esnáider ("el futbolista más bello que he visto nunca", dijo de él Miguel Pardeza), surgió de la bruma en la Ciudad Deportiva para ser presentado. Caminaba como un apóstol del infierno, con el mismo fuego en los ojos que quemó a sus compañeros en el Parque de los Príncipes cuando marcó el primer gol y se fue a celebrarlo en solitario por todo el césped parisino.
El delantero argentino volvía a su particular y único jardín de la felicidad después de una irregular travesía por el Madrid, el Atlético, el Espanyol y la Juventus, donde las lesiones le castigaron sin piedad. Era un animal herido en muchos sentidos, pendiente de una caza definitiva para alimentar su ego y calmar su insaciable sed de venganza con el destino. Apenas se entrenaba, con el cuádriceps hecho puré, y se le preservaba del mínimo riesgo como un tesoro. Once goles, varios de una factura sublime, en 17 partidos. Las Palmas en su debut en esta etapa, Osasuna, Rayo, Oviedo, Valencia, Athletic, Racing, en la única derrota que vivió en el campo, y Barcelona, con un espectacular 4-4 cuando los aragoneses llegaron a dominar por 2-4, fueron sus víctimas. En el Camp Nou hizo su segundo doblete y martilleó hasta el viaje de vuelta en autobús a Vellisca por no asistirle antes en un tercero que le cogió en fuera de juego. Ya no volvió a ver puerta y se despidió con una expulsión en el minuto 15 del último partido frente al Celta de Víctor Fernández, cita que el Real Zaragoza necesitaba empatar. Catanha puso el corazón de La Romareda en un puño y Jamelli, casi de inmediato, estableció la igualada. Esnáider se perdió, como ya había ocurrido en 1994 por la misma razón, la final de Copa esta vez ante el Celta en La Cartuja. Él ya había ganado lo que buscaba, quizás la redención, puede que la gloria de ser el más grande. Se busco un remake al año siguiente con Milosevic con final trágico y vergonzante en Villarreal. La más bella estrella de invierno ya había brillado con una luz inalcanzable, con el incendio de París en su mirada de fiera salvaje.
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