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Foto del escritorAlfonso Hernández

El plan de refuerzos del Real Zaragoza vuelve a exhibir la pobreza de miras de su directiva




El lastre económico que arrastra el Real Zaragoza está sujeto a un límite salarial condicionado a la ingente deuda que le aplasta, pero también a las reticencias de los propietarios a exponer su patrimonio personal y al enroque de la entrada de capital externo, principalmente porque no se quiere o quería compartir el pastel de la explotación de una ya muy improbable y nueva Romareda a corto plazo. La paralización de ese proyecto bendecido por el muy popular Jorge Azcón al sentarse en el sillón del consistorio y sus complejidades posteriores por las consecuencias del covid han provocado que la Fundación ponga precio al club y reconsidere inyección extranjera (existe mucho de postureo en ese par de consideraciones). En ese escenario, asombra cómo la mayor parte de los análisis mediáticos para dar un alto cualitativo a la plantilla se establecen en la asunción, en algunos casos cómplice, de una realidad muy subjetiva. Se avala sin riesgo de los garantes, se aplazan los pagos a Hacienda, los 'pequeños' acreedores pierden progresivamenente capacidad de rescate y el equipo va empequeñeciendo hasta llegar a correr el serio peligro de un descenso a Segunda B. Y la reflexión de la prensa amiga o inconsciente consiste en enviar al público o al aficionado un mensaje de compresión bajo un sibilino llamamiento de amor a un club cuyo sus sentimientos, en absoluto, son recíprocos hacia la familia zaragocista.


Nada va a cambiar porque nadie quiere cambiarlo. De esta forma, Miguel Torrecilla, como antes Lalo Arantegui, tendrá que hacer malabarismos financieros (asumidos y aceptados) para conseguir armar un vestuario capaz de afrontar la permanencia con las garantías actualmente inexistentes. El nuevo director deportivo examina su profesionalidad, pero de momento maneja una cifra de refuerzos solo admisible si se trata de futbolistas determinantes. Tres o cuatro, teniendo en cuenta que JIM se quedará con el Toro Fernández, algo demencial que solo se entiende por esa estrechez de miras directivas o por la intuición del entrenador, que piensa que puede recuperar a un delantero de vuelo muy bajo y sin gol. Digamos que el uruguayo se queda por ambas cosas por mucho que se quiera hacer comulgar al personal con que el punta ha mejorado mucho en sus dos últimas titularidades. Vuckic será entonces el descartado y nadie le llorará tampoco.


Un central, un centrocampista y un delantero. Quizás un extremo, se supone que derecho. Eso es todo lo que se contempla comprar o conseguir en el mercado invernal. Aun acertando al cien por cien en esas piezas, la plantilla seguiría muy coja. El historial médico de la temporada y de otros cursos aconseja no uno, sino dos centrales. Guitián, Atienza y Jair han pasado por la enfermería y sus niveles aún en buen estado tampoco son óptimos. Queda Francés, quien pese a su notable respuesta, atraviesa un lógico periodo de maduración. Una sola incorporación en esa posición es insuficiente. Por lo que se refiere a la defensa, Vigaray juega en constante estado de alarma física, y Tejero ha sido una gran decepción. El lateral derecho, en cualquier caso, podría sobrevivir con lo que hay. Nieto, con defectos y virtudes, podría aguantar en la garita zurda.


El centro del campo aterroriza. Francho, a sus 19 años, ha irrumpido desde la necesidad y se ha erigido en líder, una excelente noticia que contrasta con el raquítico acompañamiento que tiene para 90 minutos. Eguaras, Zapater, Ros, Igbekeme, Adrián, Buyla... Unos están para sopa caliente y otros con la baja permanente. Un par de novedades para esa zona es algo innegociable para la razón, tipos con físico, experiencia y un grado más que aceptable de talento. Por ahí bulle Bermejo, muy pinturero, hábil y especialista en pérdidas no forzadas. Alegra mucho la vista, pero hay un enamoramiento exagerado hacia su figura, instranscendente en la suerte que le corresponde, la asistencia. Solo Chavarría ofrece garantías robustas por el carril izquierdo, mientras que Zanimacchia y Larrazabal corren por delante del balón y cuando lo llevan en los pies pierde su forma esférica por las dificultades de ambos para un control más o menos académico. Ese espacio recibiría con los brazos abiertos a un extremo, cuestión que se valora de forma remota.


El Toro va a seguir en ataque, línea para la que hay previsto traer a otro punta con Vuckic en la puerta de salida. Se deja así el gol en el uruguayo, Narváez, el único artillero hasta la fecha, Iván Azón y el elegido. Las miras son cortas, muy cortas, y se han encargado de encogerlas aún más con la continuidad técnico-administrativa de Gabriel Fernández, quien no ha demostrado en ningún momento ser mejor que Azón, sin duda ahora con destino al banquillo. Se cierra así la opción de dos incorporaciones arriba, que en circunstancias normales sería lo razonable. Pero ya se sabe que el Real Zaragoza, como bien pregonan los bandos con cornetilla, está para pedir limosna. La pobreza de este club, sin embargo, se emplaza en el escaso interés de enriquecerlo durante este paréntesis, avalando la desnutrición y el descenso al auténtico infierno que amenaza a la institución.

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